AL PIE DE LA CRUZ O LOS DOLORES DE MARÍA Por el Rdo. P. Federico G. Faber
AL PIE DE LA CRUZ O LOS DOLORES DE MARÍA Por el Rdo. P. Federico G. Faber
AL PIE DE LA CRUZ O LOS DOLORES DE MARÍA Por el Rdo. P. Federico G. Faber Doctor en Teología, Superior del Oratorio de San Felipe Neri, en Londres Obra traducida por D. Gabino Tejado Capitulo primero El martirio de Maria 4. Inagotable es la hermosura de Jesús, varia siempre, y, sin embargo, siempre una misma como la vista de Dios en el cielo; grata siempre, como un gozo habitual y bien experimentado; y, sin embargo, causa siempre de sorpresa y regocijo, como si fuera realmente nuevo. Jesús se nos muestra en todo lugar y a toda hora hermoso, ora cuando le vemos desfigurado por los tormentos de su Pasión, ora en los esplendores de su resurrección gloriosa, y lo mismo al mirar sus miembros dilacerados por los azotes, que al contemplarle en las inefables dulzuras de Bethleem. Pero, sobre todo, Jesús es hermoso en su madre. Amando, pues, a Jesús, no podemos menos de amar a María. Necesario nos es conocer a la Madre para conocer al Hijo. Así como sin fe en la divinidad del Salvador no existe verdadera devoción a su humanidad sacratísima, así también sería incompleto nuestro amor al Hijo si, prescindiendo de la Madre, la considerásemos como un mero instrumento de quien Dios su hubiese servido, como lo pudiera de cualquier criatura inanimada, extraña a todo concepto de santidad y de moral conveniencia. 5. Obligación tenemos de amar a Jesús más y más cada día. Los años, en su curso sucesivo, van reproduciendo la antigua serie de festividades que celebra la cristiandad, dejándonos en cada cual determinadas impresiones, que pasan como ellas mismas, y como los años que nos las traen sucesivamente. ¡Cuántas Navidades, Semanas Santas, Pentecostés hemos visto pasar, respectivamente, señaladas por algún acontecimiento que las ha grabado como otras tantas fechas célebres de nuestra vida! De esas festividades, la una nos halló en tal sitio, la otra en tal otro, y, todas ellas en varias y distintas circunstancias. ¡Dichosos nosotros si hemos aprovechado algunas por singulares efusiones de piedad en nuestra vida íntima, que hayan reformado o fortalecido nuestro celo, e influido notablemente en nuestra secreta comunicación con Dios! Durante esas solemnidades se han asentado quizá, y sin advertirlo nosotros, los cimientos de numerosos edificios que hasta mucho tiempo después no se han levantado del suelo. Pero en medio de todas las transformaciones acaecidas durante esas festividades, o a causa de ella, una sola e idéntica ha sido nuestra ocupación, a saber: esforzarnos en amar cada día más a Jesús; y, sin embargo, a despecho de tanta reforma interior y de tanto perseverar en nuestra tarea única, la propia experiencia nos enseñaba que nunca progresamos tanto en nuestro amor al Hijo como cuando llegamos a El por la Madre, y que todo cuanto sólidamente hemos edificado en Jesús, no lo hemos logrado sino con María y por María. Si queremos, pues, aprovechar el tiempo que empleamos en buscar a Jesús, comencemos por buscarle en María; pues El siempre está con Ella, y con Ella mora siempre. La oscuridad de los misterios de nuestro Salvador se torna en claridad cuando los miramos a la luz de María, porque esa luz es la viene de su Hijo. María es el atajo para llegar a Jesús, porque. ella es siempre puerta franca para entrar en su palacio: es la Esther, cuyas súplicas son siempre favorablemente despachadas con mano presta y generosa.
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