La desdicha del hombre en cuanto pena de daño, Santo Tomás. Capítulo 174
CAPÍTULO 174
La desdicha del hombre en cuanto pena de daño Puesto que la desdicha a la que conduce la malicia se opone a la felicidad a la que lleva la virtud, es necesario considerar las cosas propias de la desdicha como contrapuestas a lo que hemos dicho de la felicidad. Hemos dicho antes (c.105-106 y 165-166) que la última felicidad del hombre consiste en la visión plena de Dios, en cuanto al entendimiento, y en que la voluntad del hombre esté inmóvilmente afirmada en la bondad primera, en cuanto al afecto. Luego la desdicha extrema del hombre consistirá en que el entendimiento esté completamente privado de la luz divina y en que el afecto se aparte obstinadamente de la bondad de Dios. Ésta es la principal desdicha de los condenados, y se llama pena de daño. No obstante, hay que considerar que, como hemos aclarado (c.118), el mal no puede excluir totalmente el bien, pues todo mal se asienta en un bien. Por tanto, es necesario que la desdicha, aunque se oponga a la felicidad que carecerá de todo mal, se asiente en el bien de la naturaleza. El bien de la naturaleza inteligente consiste en que el entendimiento contemple la verdad y la voluntad tienda al bien. Pero toda verdad y todo bien derivan de la primera verdad y del primer bien, que es Dios. Luego es necesario que el entendimiento del hombre constituido en esa desdicha extrema tenga algún conocimiento de Dios y un amor natural a Dios, porque es el principio de las perfecciones naturales. Pero no tiene el amor de la virtud y de la gloria, pues no ama a Dios por él mismo, ni porque es el principio de las virtudes, de las gracias, y de todos los otros bienes que perfeccionan la naturaleza inteligente.
Tampoco los hombres constituidos en esa desdicha carecen de libre albedrío, aunque tengan la voluntad inmóvilmente afirmada en el mal, como tampoco carecen de él los bienaventurados aunque tengan la voluntad afirmada en el bien. La libertad de albedrío se refiere propiamente a la elección, y la elección se refiere a lo que conduce al fin; pero todos apetecen por naturaleza el fin último, por eso todos los hombres por ser inteligentes apetecen naturalmente la felicidad como fin último, y con tanta fijeza además que nadie puede querer ser mísero. Pero esto tampoco se opone a la libertad de albedrío, que sólo se refiere a lo que conduce al fin. El que uno ponga su última felicidad en una cosa particular y otro en otra, no les corresponde a uno y otro por ser hombres, cuando difieran en esta estimación y apetito, sino que a cada uno le pertenece por ser diferenciado. Y digo diferenciado por tener una pasión o un hábito diferentes, por eso, sí éstos varían, lo antes despreciado les parecerá óptimo. Esto se ve clarísimamente en los que movidos por una pasión desean algo como lo mejor y, cuando cesa esta pasión, la ira o la concupiscencia, no juzgan aquel bien igual que antes. Los hábitos son más persistentes, por eso se persevera más firmemente en lo que se persigue por hábito; pero mientras el hábito pueda cambiar, pueden cambiar el aprecio y el deseo del hombre respecto al último fin. Pero esto sólo ocurre a los hombres en esta vida, en la que están en un estado de mutabilidad. Después de esta vida el alma es inmutable en cuanto a la alteración, porque la alteración únicamente le corresponde accidentalmente, por alguna mutación referente al cuerpo. Pero una vez reasumido el cuerpo, no habrá mutaciones corporales, sino más bien al contrarío. Ahora el alma es infundida a un cuerpo en germen, y por eso necesariamente va acompañado de transmutaciones, pero entonces el cuerpo se unirá a un alma preexistente, por lo que secundará totalmente sus condiciones. Por consiguiente, cualquiera que haya sido el fin que el alma se haya propuesto como último al morir, en él permanecerá perpetuamente deseándolo como lo mejor, tanto si es bueno como si es malo; según lo que dice Ecl 11,3, que si es cortado un árbol, donde quiera que haya caído, allí permanecerá. Así pues, después de esta vida, quienes sean hallados buenos en la muerte, tendrán su voluntad perpetuamente afirmada en el bien. Los que en ese momento sean hallados malos, estarán perpetuamente obstinados en el mal.
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