DE LA OBEDIENCIA, nos dice San Ignacio de Loyola lo siguiente:
DE LA OBEDIENCIA, nos dice San Ignacio de Loyola lo siguiente: “Debemos siempre tener este principio para acertar en todo: lo que yo veo blanco, creer que es negro si la Iglesia jerárquica así lo determina; creyendo que, entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia, su esposa, es el mismo Espíritu y Señor nuestro que dio los diez mandamientos, es regida y gobernada por nuestra santa Madre Iglesia”. San Ignacio de Loyola.
Mas lo cierto es que nadie ha hablado de la obediencia con tanta penetración y espíritu comprensivo como San Ignacio de Loyola; nadie ha puesto de relieve con tanto vigor el fundamento sobrenatural sobre que estriba, ni deducido con tan férrea lógica las consecuencias todas que de este principio se derivan para la vida práctica; nadie antes de él, entre los Fundadores, había declarado tan paladinamente ser la obediencia la ley esencial y el carácter distintivo de su Orden; nadie, por fin,y esto es quizá lo más importante, había como él urgido la práctica integral, ilimitada, generosa hasta el heroísmo de la obediencia. San Ignacio lo hizo, llegando a ser por esto, él y su Instituto, el blanco de los ataques y calumnias más apasionadas. Por lo demás, esta manera de pensar y obrar de nuestro Santo Patriarca está en perfecta consonancia con la misión providencial para la que le suscitó Dios en una de las épocas más críticas y calamitosas que ha conocido la Iglesia. La Reforma protestante del siglo XVI, preparada por la relajación general del espíritu cristiano y de la disciplina eclesiástica, acababa de consumar en el Norte de Europa la mayor de las revoluciones religiosas, cuyas fatales consecuencias perduran todavía. En las regiones que aún permanecían fieles a la Iglesia, la corrupción de costumbres había invadido el mismo santuario, y sobre todo la anarquía moral iba cundiendo como fruto amargo de la mengua de la autoridad pontificia en la época del Renacimiento, de suerte que todo hacía presagiar los peores males, si no se aportaba pronto y eficaz remedio. Dios que no puede faltar a su Iglesia, le envió entonces una falange de esclarecidos varones, quienes con la santidad de su vida y la eficacia sobrehumana de su acción pusiesen coto al avance de la herejía y reavivasen en el pueblo cristiano, para su restauración religiosa, los gérmenes fecundos que todavía en él quedaban, aunque al parecer amortecidos. Entre estos hombres providenciales, por confesión de amigos y enemigos, descuella en primera línea San Ignacio de Loyola, a quien el Señor había escogido para ser el Padre y Fundador de una nueva y espiritual milicia que cual escuadrón de refresco, luchase sin tregua ni descanso por la preservación de la fe y la renovación del espíritu cristiano entre los católicos, por la difusión del Evangelio en las regiones de infieles y por la reducción de los herejes en los países inficionados con las doctrinas de los novadores. Todos convienen en que San Ignacio, por su acción personal y por medio de la Compañía, fué el más formidable baluarte que en el siglo XVI se opuso a los progresos de la acometida protestante."
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